La cámara comienza mostrándonos una tortura: un policía marroquí golpea con su porra en las rodillas a alguien tirado en el suelo, mientras su grito repetido nos llega a los oídos debilitado, pero con toda su carga de angustia y miedo. El plano siguiente muestra cómo con brutalidad se empuja a otra persona para que caiga sobre sus compañeros, como un trapo, como un paquete roto. Comienza un horrible viaje y la óptica da la vuelta para ver cómo dos gigantes verdes trasladan, bien cogido, a alguien a quien no tenemos tiempo de ver, aunque sí a otro policía cómo de forma absurda, ridícula, inútil, gratuita, le da una patada en el culo, casi parece una broma divertida si no intuyéramos lo que se atisba. Y nos acercamos al horror. Los cadáveres se encuentran esparcidos, tirados, sin que nadie se haya molestado – como en las imágenes de catástrofes – en cerrarles los ojos, alinearlos, ponerles en una postura mínimamente digna. Seguramente los han movido del lugar de su muerte y los han dejado caer en donde ha venido bien, al menos no amontonados. La cámara hace un giro panorámico y vemos que son muchos, aquí y al fondo, mezclados aún con el ruido y con los policías concentrados. Un repaso por los cuerpos quietos, inmóviles, yertos, unos estirados, otros encogidos, mezclando su silencio definitivo con ropas tiradas y gritos que aun llegan, estertores angustiados. Se ve a policías con el casco en la mano caminar cansados regresando de la matanza. Sigue avanzando en zigzag, sorteando cadáveres, probablemente saltando por encima de alguno, y el horror continua. Un cuerpo convulsiona en el ángulo de la imagen que se abandona. Se cierra el plano.
Este es el video de un minuto y dos segundos que se está conociendo por las redes sociales, y que seguramente sacó la policía marroquí. Esa a la que estamos financiando para que nos haga el trabajo sucio. “Ese” trabajo sucio. Y un recuerdo nos termina de sacar de las entrañas una nausea que llevamos ese minuto y dos segundos reprimiendo. Un ministro de España, de un gobierno progresista alabando la actuación en sede parlamentaria, calificándola de serena, pacífica y proporcionada. Entre veintisiete y treinta y dos muertos de los que no hemos tenido ni la dignidad de saber una cifra concreta y segura – iluso quien pida nombres y apellidos, edades, orígenes. Sabemos que la mayoría venía huyendo de una guerra, una de tantas.
Hemos sabido también estos días que los informes catastrales sitúan el lugar de la tragedia dentro del territorio y jurisdicción españoles, pero no se ha oído a la fiscalía abrir una investigación, presentar una querella, poner en cuestión las palabras sucias de un ministro sucio.
Me viene a la memoria un suceso de hace casi cien años: Casas Viejas 1933. La Guardia Civil se toma la justicia por su mano y reprime a sangre y fuego una insurrección anarquista. El gobierno de la República y sus ministros socialistas dieron por buena la actuación y ello provocó un resentimiento de desunión en la izquierda española que se recordaba aún tres años después, cuando hubo que enfrentarse juntos a la gran insurrección fascista. ¿Será la valla de Melilla el Casas Viejas de este gobierno?
La náusea, la rabia, la perplejidad ante la inmoralidad y el cinismo supremo de un ministro que pretende vendernos que la serenidad y la proporción llevaron a estas imágenes sólo se puede cerrar, cuanto menos, con una dimisión vergonzante. Un ministro que no es la primera vez, ni me temo será la última, que miente con descaro para decir que hubo rechazos legales en frontera de quienes fueron tratados como despojos humanos, alguien que justifica la complicidad con un crimen de lesa humanidad como el que hemos podido contemplar.
Este gobierno debe protegerse y protegernos de la suciedad cínica de un ministro que ha dejado en su estela ya demasiadas de estas repugnantes actuaciones.